27 de marzo de 2017



Estábamos exultantes, emocionadas, radiantes, alegres, exaltadas, sin complejos, sin miedo alguno al que pensarán, sin dejarnos llevar por el pundonor, por el decoro y todas esas absurdas y anquilosadas convenciones sociales, con esa excitante sensación de hacer por primera vez lo que realmente nos daba la gana en medio de aquella marabunta de jovenzuelos que allí se congregaron. Los hijos ya se habían independizado y los maridos estaban demasiado ocupados con sus quehaceres en la taberna. Era nuestro momento, nuestro gran momento, la primera vez que nos sentíamos libres, dando rienda suelta a nuestros instintos en medio de esa adorable locura que alcanzó lo sublime cuando el sábado por la noche, sorprendidas, estupefactas, sobrecogidas, escuchamos como un cantante desastrado a quien nunca habíamos oído nombrar le cantaba a nuestra amiga Suzanne. Y ella, extasiada, no pudo mantener la compostura el resto del fin de semana. Y no lo voy a negar, las demás sentimos envidia.

Fondo musical para acompañar la lectura: Leonard Cohen - Suzanne (Live at the Isle of Wight, 1970)