30 de octubre de 2015




Me lo dijo mi abuelo cuando aún apenas había cumplido doce años de edad, que la vida, a veces, era cuestión de saber encajar los golpes y que, por ello, no debía amedrentarme tan fácilmente, ya que ese era el verdadero secreto para salir airoso, incluso en los momentos más complicados. Yo, que todavía era muy ingenuo, me lo tomé al pie de la letra, aunque hubiese cosas en su discurso que no estuviesen al alcance de mi entendimiento. Al fin y al cabo era un crío y poco más sabía de las cosas de la existencia, salvo el placer que me producía obtener el cromo de este o de aquel jugador. Así éramos los niños. El abuelo no fue a la universidad. Mi padre tampoco. Y yo, para no ser menos, seguí la tradición. Y a pesar de mis intentos, de mis esfuerzos, con los que nada o, al menos, poco logré, ya que tampoco tuve el don especial que hay que tener, procuré siempre estar a la altura de las circunstancias, a pesar de que mi torpeza, que me provocaba continuos moratones en los ojos, hizo que me ganase, quizá merecidamente, el apodo de "el hombre enmascarado".

· Fondo musical para acompañar la lectura: Kid Ory's Creole Jazz Band - Shake that thing.