25 de enero de 2016




Hubo un tiempo en el que la incertidumbre y las estrecheces económicas provocadas por la Gran Depresión nos obligaron a recurrir al ingenio para asegurarnos la supervivencia en medio de aquella podredumbre que deshizo de golpe nuestras ilusiones, haciendo que algunos abandonasen la pequeña localidad del Medio Oeste donde vivíamos en busca de mejores perspectivas. Es entonces cuando mi hermano mayor, quien pasaba su tiempo tumbado en el sofá ensimismado con los seriales de la radio, decidió entrar en acción al oír un día lo que para él fue una revelación, la frase de un emperador cuyo nombre no logró recordar y que decía que “no hay mejor defensa que un buen ataque”. Y dando un salto inesperado, tomó la determinación de convertirse en superhéroe, en el mayor defensor de los débiles, en el azote del capitalismo cuya voracidad había hundido en la miseria a todas las gentes de bien. Y diseñó un traje, aunque limitado por lo poco que tuvo a mano, porque en verdad no había mucho donde escoger. Pero su cruzada se truncó de forma repentina, durante su primer ataque contra el sistema, ante la entrada de la pequeña sucursal bancaria de nuestra localidad. Al parecer, un error de cálculo en el traje le impidió moverse con soltura.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Woody Guthrie - Better World a comin'