7 de mayo de 2014




Yo fui el elegido de entre un reducido equipo de hombres y mujeres. Alguien tenía que hacerlo. Sabíamos a lo que nos enfrentábamos después de tantos años de observación, de investigación, de perseguir un sueño al que muchos le estábamos dedicando una vida entera. Y lo que a veces nos parecía una quimera, sucedió. Y ese día me tocó a mí dar el primer paso hacia a
lgo, en cierta manera, desconocido. Porque ante nosotros se abría una nueva era, tan excitante como llena de incertidumbres y de la que sabíamos que sólo cabrían dos salidas probables. Que todo se desarrollase por los cauces previstos, lo que significaría un hito en la historia de la humanidad; o bien, todo lo contrario, que fuese un estrepitoso fracaso de impredecibles consecuencias en las que cabía, incluso, la posibilidad de una inminente destrucción. El peso de la historia. O algo parecido. Es lo que me susurró al oído el director del proyecto mientras me daba el último empujón hacia el exterior. Y con esa carga sobre mis espaldas comencé a caminar. Lentamente. Por la arena del desierto. Todavía recuerdo el sudor de mi cuerpo, el creciente nerviosismo a medida que se acercaba el momento de establecer el tan ansiado contacto. Pero sucedió lo que nunca imaginamos. Hubo un repentino estruendo y, en cuestión de segundos, la nave se elevó hacia el cielo hasta perderse en la nada del firmamento. Siempre pensé que mi traje les dio miedo porque era la prueba de que éramos una sociedad moderna, evolucionada. Y allí permanecí, estático, durante algunos minutos que me parecieron horas.


· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - II. Largo, del Concierto para piano y orquesta en Fa menor, BWV 1056 (https://www.youtube.com/watch?v=BSyrlVrqvN4)