17 de mayo de 2014
Fueron mis invitados, esa noche, en mi casa. Creo que estoy empezando a hablar demasiado. Pero lo confieso, y guárdenme el secreto, esa noche los hermanos Karamazov vaciaron mis existencias de vodka. Solo les puedo decir que son unos auténticos caballeros, encantadores, extremos incluso en una corrección que raya la perfección. Y aún así, sin perder la compostura, se lanzaron a la pista, es decir, al pequeño espacio que ofrecía mi salón, de manera espontánea. En inglés. Y ahí estaban los dos, los reyes de la noche, dando brincos y piruetas, extasiando, casi sin quererlo, a las bobaliconas que nunca faltan a este tipo de celebraciones quienes, embobadas, se dejaban arrastrar por esas cursilerías. Las de unos tipos que, todo hay que decirlo, y aunque fuesen guapos, tampoco eran gran cosa. Las cosas como son. Pero alguna se mostró demasiado elocuente, por no decir que se insinuó sin cortarse un pelo. Y eso que tratamos de advertir que estos chicos eran diferentes, aún comprendiendo que, pese a todo, exudaban virilidad. Sin embargo, los hermanos Karamazov, lejos de lo que se ha pensado hasta hoy en día como muchos creerán, no eran hermanos. Eran, simplemente, primos. Y además, al final, no llegaron a nada. Tan solo eran dos vagos, así, sin más, que inspiraron la imaginación de un tal Dostoyevski, y de quienes, muchos, aún siguen pensando que son los delanteros de la selección rusa. Cosas de la ignorancia.
· Fondo musical para acompañar la lectura: The Jubalaires - Noah!!! (https://www.youtube.com/watch?v=y4b0peO4ln8)