7 de abril de 2017



Confieso que mi madre siempre ha sido una mujer muy posesiva y que yo, ahora, a mis cuarenta y tantos años de edad, sigo siendo incapaz de superar mi extremada timidez que me bloquea cada vez que un chica pasa cerca de mi lado. Me cuesta mucho escribir estas palabras, pero necesito que se sepa la verdad y desmentir las calumnias que el vecindario ha vertido sobre mi persona tachándome de lunático, de depravado, de degenerado, a causa de un acto inofensivo que cometí no hace mucho en un momento de frenesí. Reconozco que fue una estupidez, una locura, un disparate, pero ese día sentí un hondo estremecimiento que quebró mi interior. Me consumía la angustia, me abrasaba la desesperación, me carcomían los nervios, me temblaban las manos. Era algo superior a mis fuerzas, algo incontrolable que no podía dominar, por ello, en un arrebato decidí poner en marcha el plan que venía pergeñando desde hacia semanas para conseguir lo que se había convertido en una compulsiva obsesión que me atormentaba cada vez que la veía, siempre tan quieta, tan serena, tan sensual, pero tan real que parecía tener vida. No, no lo pude evitar y me lancé ciegamente sin pensar en las consecuencias, sin calcular los riesgos que implicaba mi acción, improvisando, como el hecho de huir en un autobús de transporte público con un maniquí robado y una indumentaria poco adecuada para ocultar mi identidad.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Magic Sam – My love will never die (1967)

5 de abril de 2017



Hasta muy avanzada la mañana no se había elevado la densa niebla que nos impedía ver con claridad los movimientos del enemigo haciéndonos pensar que podía aprovechar la escasa visibilidad para acercarse con sigilo a nuestro bastión, confirmándose pocos minutos después nuestro presagio cuando Joe recibió una pedrada en la frente que le dejó inconsciente en el suelo. Ante la sospecha de un inminente ataque, Jack se apresuró a retirar al herido mientras los restantes miembros del batallón nos preparamos para afrontar lo que temíamos que iba a ser un encarnizado asalto final, produciéndose justo en ese mismo momento un silencio prolongado que nos sumió en una profunda inquietud llevándonos de súbito a mantenernos inmóviles y sin emitir ruido alguno. Aunque tratamos de mantener la compostura, tuvimos que dominar nuestra irritación al intuir que había juego sucio tras ese execrable acto de la pedrada impropio de caballeros y que no se encontraba entre lo pactado. De ahí que el factor sorpresa estuvo esta vez de nuestro lado, cuando Cordelia tocó la campana que anunciaba que la comida estaba lista, haciendo que nuestros atacantes, hambrientos, abandonasen las piedras y recriminándonos después que tuviésemos la osadía de utilizar el viejo cañón con el que defendimos Gettysburg para jugar con nuestros nietos a pesar de que le perjuré repetidas veces que no estaba cargado y que los disparos los imitábamos con la boca.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Pete Seeger - John Brown's body

3 de abril de 2017



Durante la que fue la misión más arriesgada que se me había encomendado tuve que hacer verdaderos esfuerzos para que no me traicionara mi propio asombro ante lo que veía, ya que era consciente de que un pequeño gesto, un simple ademán o un leve movimiento delatarían mi presencia, lo que podía causar un conflicto internacional. Pero había que actuar con urgencia pues, a tenor de las imágenes y las escasas noticias que llegaban de tanto en tanto del país vecino, se había generado una gran inquietud en nuestro gobierno, temiéndose que aquel pequeño estado se pudiera convertir en un peligro inminente para la estabilidad global. De ahí la extrema precisión de mis movimientos, con esa extenuante sensación de soportar el peso de la historia al pensar que en aquellos días el equilibrio mundial tan solo dependía de mí, de mi actuación, de mí riguroso dominio de las emociones y los sentidos para no sucumbir ante los cantos de sirena que se cruzaban a mi paso haciéndome creer a veces que vivía dentro de un espejismo. Pero ellos se mostraron así, perfectos, pulcros, distinguidos, elegantes, impecables, excelsos, sublimes. Tanto, que ni siquiera mi casco rojo llamó la atención, haciéndome sospechar por primera vez que algo raro sucedía por la simple razón, pensaba, de que las sociedades idílicas no existen. Pero al poco tiempo descubrí que aquello era un montaje. En realidad el decorado de un culebrón que se rodaba para la televisión nacional de aquel país. Un desliz que le costó el cargo al presidente, a mis superiores y a mí, viéndome obligado al final de mi larga carrera en los servicios de inteligencia a ejercer de figurante en dicha serie en la que, al parecer, causé una buena impresión al director. · Fondo Musical para acompañar la lectura: W. A. Mozart – Clarinet concerto in A major, KV 622: II. Adagio.