4 de junio de 2014
Dorothea Lamarr jamás pudo imaginar que su nombre pasaría a la posteridad cuando varios años después de su muerte, Theodore Lange, un reputado profesor y crítico de arte neoyorquino, descubrió por casualidad su obra guardada en dos baúles polvorientos arrinconados en un viejo trastero. El que pertenecía a la casa en la que vivía la hija de Dorothea, Diane, una mujer que por su dedicación a las labores domésticas carecía de conocimientos artísticos, lo que le llevó a quitar de en medio las fotografías que su madre había ido haciendo durante su vida. Por eso le sorprendió el gesto de Lange a ver esas imágenes, ya que aquel, en un estado de creciente excitación, no sólo alabó la originalidad, la audacia y el carácter experimental que desprendían aquellas instantáneas, sino que afirmó que posiblemente Dorothea era una de las mejores fotógrafas de todos los tiempos a pesar de que desarrolló su obra en el anonimato. Algo inaudito, pensó el profesor, en una persona que jamás tuvo contacto con ningún movimiento de vanguardia. Y al parecer, Diane no tuvo inconveniente en que Lange se llevara todas esas imágenes. Además de reportarle un dinero, había ganado algo de espacio en su hogar. Sin embargo, y pese al éxito de la operación, Diane jamás pudo comprender qué es lo que vio aquel tipo tan estirado en las fotografías de su madre, una sencilla ama de casa a quien un día le regalaron una cámara que nunca supo manejar, aunque su empeño dio lugar a una gran colección de autorretratos, la mayoría fuera de cuadro y desenfocados, pero muy cotizados hoy en día.
· Fondo musical para acompañar la lectura: Nina Simone - Blues for mama (https://www.youtube.com/watch?v=P3OFzIYpjwg)