21 de noviembre de 2014
Siempre pensé que mi madre era una mujer demasiado ingenua solo porque creía esas tonterías que oía en la radio sobre la conexión cósmica entre los seres humanos. Que eso de que cualquier ser anónimo con el que te pudieses cruzar en la calle de manera fortuita tenía, de una manera u otra, alguna relación contigo. A mi me parecía una solemne bobada. Cierto era que todo aquello lo viví durante mi adolescencia, como también que, tanto mis hermanas como yo, crecimos sin la presencia de un padre que muy pronto prefirió entregarse al alcohol hasta que un día abandonó definitivamente el hogar. Es por ello que mi madre, con eso de las cosmogonías, la conjunción de Júpiter con Saturno, las uniones extrasensoriales y todo eso, procuró desde un primer momento que nosotras, sus hijas, fuésemos como una piña. Porque ella, que no era muy original, repetía muchas veces que la unión hace la fuerza. Por eso, al igual que el uno para todos y el todos para uno de los mosqueteros, nos reunía a todas las hermanas antes de desayunar para hacer el ritual matinal, ese en que juntábamos nuestras mentes para mantener el espíritu de grupo, de nuestro grupo, porque, decía, así nos manteníamos mas fuertes.
· Fondo musical para acompañar la lectura: Bix Beiderbecke - Goose Pimples (https://www.youtube.com/watch?v=8Uw-2JYwW5g)