Aquel día Atilano Ramírez se siente feliz. Agarra el volante con pulso firme mientras aprieta el puro en sus labios. Está a punto de iniciar un viaje hacia las tierras salvajes cumpliendo un sueño de la adolescencia, cuando leía las novelas de Zane Grey y se imaginaba las llanuras. Pero Benita, su mujer, muestra una alegría más contenida. Aunque todo aquello le parece ridículo, es consciente de la ilusión que le produce a su marido. En realidad es una nimiedad, piensa, un capricho barato y no le importa ceder. Al fin y al cabo Atilano trabaja demasiadas horas en el pequeño restaurante que regenta en Brooklyn. Sin embargo, para Matilde, su hija, es una tontería, como muchas otras de su padre, y además aburrida. De ahí la rígida expresión de su cara, ya que prefería estar con sus amigas. Y con ellos los padres de Benita, don Camilo y doña Eulalia, quienes también abandonaron Úbeda, pero para estar cerca de su hija, porque siguen viendo con recelo a su yerno y sus absurdas ideas de soñador. No se fían de él, por eso les acompañan, como tantas otras veces, por si acaso, aunque sea ante un fotógrafo en una caseta del parque de atracciones de Coney Island.
(foto: cortesía de Luis Argeo y http://
· Fondo musical para acompañar la lectura: Isaac Albéniz - Tango / John Williams (https://www.youtube.com/watch?v=j7ygTF2hBFk)