22 de octubre de 2014




Aquel convulso verano de 1962 fue muy excitante para nosotros. Y no solo por los acontecimientos que se iban produciendo ante nuestros ojos y en los que intuíamos nuevos cambios en la sociedad, sino porque también regresamos cargados con un renovado ímpetu en nuestra intención de transformar las viejas costumbres de Wahpeton, la pequeña localidad del Medio Oeste donde crecimos y que habíamos abandonado nueve meses atrás para iniciar nuestros estudios en la universidad. Estábamos ansiosos por llevar a la práctica las ideas que nos había transmitido el profesor Kaplan, un tipo con fama de agitador que nos impartía filosofía política. Por eso nada más llegar nos pusimos manos a la obra. Teníamos que cambiar el anticuado sistema preestablecido iniciando la revolución con un acto subversivo que provocase la suficiente conmoción como para despertar de un plumazo las aletargadas almas de nuestros conciudadanos. Si no fuese por la súbita impresión que le causamos a la anciana señora Hastings cuando pasamos delante del porche de su casa donde se hallaba plácidamente sentada en su mecedora, nuestra acción hubiese sido un éxito rotundo. Pero la ignorancia, que todo lo tergiversa por su alienación mental, se encargó enseguida de desprestigiar nuestro acto tachándolo de subrepticia y pueril gamberrada.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Lively ones - Misirlou (https://www.youtube.com/watch?v=o5so-msI7uI)