29 de abril de 2014
Cuando miro hacia atrás, el primer recuerdo que viene a mi mente es el del verano del 65, aquel en el que me llevé el primer gran golpe de mi vida, a pesar de que también me deparó las emociones más fuertes de mi adolescencia. Porque los que vendrían después estarían empañados por los exámenes de septiembre. Pero ese verano del 65 fue en el que viví los mejores momentos con mis amigos, con los que me dedicaba a trajinar de un lado a otro en bicicleta, a pasar las tardes en los futbolines, pero sobre todo a beber las primeras cervezas, a fumar los primeros cigarrillos para luego, al atardecer, ir a la playa, a uno de esos bares de moda. Eso era lo más importante, porque estaba lo otro, la efervescencia interior que nos obnubilaba. En mi caso, la que me provocaba Beatriz, la bella Beatriz a quien no logré robar un beso, ni siquiera en la mejilla, pero que aquel día, uno de los últimos de las vacaciones, vino con sus amigas a montar en bicicleta con nosotros. Mis amigos se reían, porque a mí era al que más se le notaba, el aturdimiento, por la simple razón de que no podía apartar la vista de ella. Tanto, que Pepín lo inmortalizó con su pequeña cámara, la que le regalaron en su primera comunión, justo antes de que aquella farola me devolviese de una vez por todas a la realidad.
· Fondo musical para acompañar la lectura: Carmelo Bernaola - Sintonía de "Verano Azul" (https://www.youtube.com/watch?v=ZKdzVtLJeoM)