Nadie supo como nació en Jaime esa desmesurada
atracción por el lejano oriente que le llevó a dejarse bigote, ponerse
un kimono y casarse con una japonesa. Según las habladurías de mis tías,
ella era hija de un importante diplomático. Pero yo jamás las creí,
porque a las tías les gustaba presumir mucho y para eso tenían demasiada
imaginación.