10 de septiembre de 2014
Mi abuelo no fue un héroe. Descubrir esa verdad me supuso una profunda decepción porque mis amigos del colegio tenían un miembro en su familia que destacaba por algo. Pero yo me callé. En la mía no habíanadie. Todos eran muy normales, incluso aburridos, quizá demasiado, menos el abuelo, que era el único que había visto algo de mundo cuando estuvo en la Primera Guerra Mundial. Recuerdo que la principal atracción de las sobremesas familiares eran sus relatos, y que yo me quedaba boquiabierto, hipnotizado, con la baba casi colgando, escuchándole, aunque siempre contase las mismas historias. Era un gran narrador. Luego, cuando fui más mayor, supe que al abuelo le gustaba engrandecer sus hazañas, como aquella cuando se le dobló la ametralladora en un vuelo de reconocimiento, y él, al igual que el piloto y el capitán, que se llamaba Manfred von Richthofen, no perdieron la compostura ya que en ese momento, cosas del destino, el enemigo les sorprendió y comenzó a disparar. Eso les salvó la vida, decía, porque supieron conservar la sangre fría y pudieron aterrizar sin sufrir apenas unos rasguños. Lo mismo hice con mis amigos para mantener mi integridad cada vez que les contaba que mi abuelo había volado con Manfred von Richthofen, el mismísimo Barón Rojo.
· Fondo musical para acompañar la lectura: Frederic Chopin- Nocturne in C-Sharp minor Opus 27, No. 1 / Vladimir Horowitz (https://www.youtube.com/watch?v=2Fkky_mF1Z0).