4 de marzo de 2014




Todo aquello no lo pudimos prever porque no nos habíamos enterado que el asunto se había expandido como la pólvora llegando, incluso, a oídos de las altas instancias académicas. Fue al día siguiente cuando nos dimos cuenta al ver que todos nos miraban conteniéndose la risa. Tan sólo éramos cuatro chicos ingenuos de buena familia que habían recibido una educación rígida y autoritaria y que, al conocerse en la universidad, se dieron cuenta que les unía el mismo deseo por experimentar nuevas sensaciones. Tampoco creímos que hubiésemos hecho algo tan grave como para provocar todo ese absurdo revuelo, porque eso era algo que hacía casi todo el mundo. Pero las habladurías tergiversaron tanto las cosas que tuvimos que presentarnos en el despacho del rector. Allí, junto a él, el jefe de estudios y los coordinadores académicos, hieráticos, con el semblante desencajado. Wildstone era una de las universidades más prestigiosas del país y no podía consentir ese tipo de comportamientos. Que cuatro de sus alumnos más brillantes fuesen por ahí, enloquecidos, dando saltos como monos. Y lo que era aún peor, que la horrenda fotografía de aquella payasada estuviese circulando más allá del recinto del campus comprometiendo la sacrosanta imagen de la institución. Al terminar el vendaval de acusaciones al que nos sometieron esos agrios vejestorios suspiramos profundamente, porque al final conseguimos que no supiesen la verdad, que todo aquel regocijo tuvo lugar al acabar la fiesta que organizó unas de las hermandades, con las chicas más atractivas del campus y la música del demonio, como la llamaban en nuestras casas, sonado a todo volumen. Los cuatro, por primera vez, rompimos los atávicos prejuicios familiares. Tan sólo bebimos hasta el amanecer.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Edsels - Rama Lama ding dong (https://www.youtube.com/watch?v=TSZoKrNpjMQ)